El bosque sin regreso
Antonio Rivero Taravillo
La isla de Siltolá. Colección Tierra
Sevilla, 2016
Coordinador de la revista sevillana Estación Poesía, traductor de numerosos poetas angloparlantes, autor de Lejos (La isla de Siltolá, 2011) y Lo que importa (Renacimiento, 2015) entre otros volúmenes de poesía, reciente ganador del Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías con Cirlot. Ser y no ser de un poeta único..., el nombre de Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) no pasa desapercibido en el mundo literario. Su última creación, El bosque sin regreso (Siltolá, 2016), tampoco lo hace.
Desmarcándose de la linea de sus dos últimos poemarios publicados, La lluvia (Renacimiento, 2013) y Lo que importa, hace gala de un gusto por la ironía y el sarcasmo entremezclados con un tono melancólico ("Me estoy desertizando porque tu no vienes. / Preveo inundaciones y desastres / como consecuencia de este calentamiento global"). La añoranza del tiempo pasado, una juventud retomada en las aceras de Dublín, o en un amor en ocasiones plácido, en ocasiones feroz, pero siempre bañado por el aura de lo que se sabe perdido, son temas recurrentes a lo largo de las tres secciones que componen esta extensa obra.
La gravedad oculta tras una aparente ligereza de ciertos versos nos trae recuerdos de Víctor Botas o Borges, mientras que otros apuntan directamente a Cernuda, entre otros referentes hispanoparlantes. Pero desde la dedicatoria misma, en la cual se recuerda a los personajes ficticios de Joyce Gretta Conroy y Michael Furey, podemos apreciar que la principal influencia de Rivero Taravillo se encuentra en la literatura anglosajona. Su labor como traductor se hace palpable no sólo en su estilo, sino también en las numerosos guiños a autores y paisajes ("Enviando un ejemplar de la Poesía Reunida de W.B. Yeats", "Tu nombre es Maud", "Extras").
Poemas como "Fidelidad", en el cual referencia traducciones como las de La dama de Shalott y otros poemas (Pre-textos, 2002) de Tennyson o Sonetos (Renacimiento, 2016) de Shakespeare (“Si el niño que admiraba Camelot / terminó publicando traducciones de Alfred Tennyson; / si el joven que leía con devoción a Shakespeare / puso en su lengua los Sonetos, y de paso / Venus y Adonis, Lucrecia y lo demás..."), entroncan con lo anterior y sirven de muestra de otra constante del libro: la experiencia personal en su forma más específica, que conduce acertadamente al terreno de la emoción universal. Él mismo apuntará en una esclarecedora nota de autor que "[el protagonista poemático] converge mucho de lo que es mi mundo, pero también, porque aspira a ser poesía, se aparta de mi". Infrecuente en el panorama actual pero siempre grato es precisamente el interés de ese breve apéndice que culmina la obra, en el cual se prescinde de alabanzas banales a compañeros, amigos u otros compromisos, optando por unas breves aclaraciones al respecto del libro.
LA TAZA INTACTA
La mañana en que te conocí,
aunque a punto estuve de hacerlo,
no me atreví a invitarte a un café;
y te dejé marchar,
no sé si para siempre.
Aquel café que no tomamos juntos
cómo me quita hoy el sueño.
Desmarcándose de la linea de sus dos últimos poemarios publicados, La lluvia (Renacimiento, 2013) y Lo que importa, hace gala de un gusto por la ironía y el sarcasmo entremezclados con un tono melancólico ("Me estoy desertizando porque tu no vienes. / Preveo inundaciones y desastres / como consecuencia de este calentamiento global"). La añoranza del tiempo pasado, una juventud retomada en las aceras de Dublín, o en un amor en ocasiones plácido, en ocasiones feroz, pero siempre bañado por el aura de lo que se sabe perdido, son temas recurrentes a lo largo de las tres secciones que componen esta extensa obra.
La gravedad oculta tras una aparente ligereza de ciertos versos nos trae recuerdos de Víctor Botas o Borges, mientras que otros apuntan directamente a Cernuda, entre otros referentes hispanoparlantes. Pero desde la dedicatoria misma, en la cual se recuerda a los personajes ficticios de Joyce Gretta Conroy y Michael Furey, podemos apreciar que la principal influencia de Rivero Taravillo se encuentra en la literatura anglosajona. Su labor como traductor se hace palpable no sólo en su estilo, sino también en las numerosos guiños a autores y paisajes ("Enviando un ejemplar de la Poesía Reunida de W.B. Yeats", "Tu nombre es Maud", "Extras").
Poemas como "Fidelidad", en el cual referencia traducciones como las de La dama de Shalott y otros poemas (Pre-textos, 2002) de Tennyson o Sonetos (Renacimiento, 2016) de Shakespeare (“Si el niño que admiraba Camelot / terminó publicando traducciones de Alfred Tennyson; / si el joven que leía con devoción a Shakespeare / puso en su lengua los Sonetos, y de paso / Venus y Adonis, Lucrecia y lo demás..."), entroncan con lo anterior y sirven de muestra de otra constante del libro: la experiencia personal en su forma más específica, que conduce acertadamente al terreno de la emoción universal. Él mismo apuntará en una esclarecedora nota de autor que "[el protagonista poemático] converge mucho de lo que es mi mundo, pero también, porque aspira a ser poesía, se aparta de mi". Infrecuente en el panorama actual pero siempre grato es precisamente el interés de ese breve apéndice que culmina la obra, en el cual se prescinde de alabanzas banales a compañeros, amigos u otros compromisos, optando por unas breves aclaraciones al respecto del libro.
LA TAZA INTACTA
La mañana en que te conocí,
aunque a punto estuve de hacerlo,
no me atreví a invitarte a un café;
y te dejé marchar,
no sé si para siempre.
Aquel café que no tomamos juntos
cómo me quita hoy el sueño.