lunes, 18 de enero de 2016

POEMAS Y POEMARIO

Al igual que mis compañeros Mario Vega y Lorenzo Roal, medito últimamente sobre el concepto de poemario. Coincido plenamente con la reflexión de éste último al respecto del poema como significante parcial:
En su ensayo sobre teoría poética, Dámaso Alonso reevalua y apuntala la semiótica de Saussure incluyendo los significantes parciales que, sobre todo en poesía, completan el estudio del signo de un poema, porque cada uno otorga significados parciales que enriquecen el significado total. Continuando ese pensamiento, aun siendo un significante total el poema, una unidad básica, este a su vez –en mi opinión– puede ser un significante parcial de un orden superior que es el libro.
Un poema debe ser expresión inalterable y precisa de aquello que pretende contar y, por tanto, individualmente necesario y autosuficiente. En consecuencia, la composición que pierde su valor al ser sacada de contexto -de su libro-, careció de valor desde un primer momento. Sin embargo, el valor del poemario no viene determinado únicamente por la suma de las unidades que lo forman, sino también por su correcto orden -temático, temporal, tonal-, acertada selección de citas, y unidad y coherencia generales. El buen poemario estará inacabado mientras no se haya hallado la forma exacta de expresar aquello que debe ser expresado y ningún poema pueda ser añadido o retirado sin desmejorar el conjunto. Es el carácter inamovible, esa expresión precisa que no podría tomar otra forma, lo que determina el libro necesario. Así, lejos de utilizarse el bien del conjunto como justificación para las carencias individuales, este bien exije la calidad de todos los significantes.

Mi propia poesía se ha conjugado en un libro que no termina de encontrar su final y que, con el tiempo y la reflexión, no hace sino reducirse. Recuerdo a menudo un consejo que hace no demasiado me dieron: haz un poema por cada doscientos que leas, y rompe diecinueve de cada veinte que escribas. A pesar de mi frenética producción, que ha alumbrado más de medio millar de composiciones en los últimos tres años, no llegan a treinta las que conforman mi proyecto de poemario. Sin embargo, esta pulcritud me permite un orgullo hasta ahora desconocido.

No niego que me gustaría publicar. Sin embargo, soy cada vez más consciente del poco valor que tendría dar a luz una obra innecesaria. Formar una suerte de biblioteca de Babel, amplia pero cargada de obras vacías y puntuales hallazgos, dejó de ser mi fin hace tiempo. Hoy comprendo que el reconocimiento otorgado por las tapas de un libro, sólo es satisfactorio a corto plazo: la plenitud personal del artista se logra a través de una obra certera.