sábado, 19 de diciembre de 2015

PERMISO DE RESIDENCIA, Cristian David López


Cristian David López y Ángeles Carbajal en la presentación de Permiso de residencia (17/12/15)

Permiso de residencia
Cristian David López
 La Isla de Siltolá, Colección Tierra
 Sevilla, 2015
 
   La primera vez que Cristian David López (Lambaré, Paraguay, 1987) pisó una biblioteca, tenía 21 años. Esto hace aún más reseñable que, pasados 7 de ese "nuevo nacimiento" (así lo califica él mismo), haya publicado ya la antología Cantos guaraníes / Guarani purahéi (Impronta, 2012) junto a José Luis García Martín y la novela La patria del hombre (Trabe, 2014), Premio Asturias Joven de Narrativa, además de codirigir actualmente con Pablo Núñez la revista literaria Anáfora y participar asiduamente en la tertulia ovetense Óliver.

El poema que, a modo de prólogo, abre la obra, nos introduce a la naturalidad y cercanía que la caracterizarán ("Vengan todos, / que la cerveza ya está fría y la guitarra afinada / para este viaje que va a empezar"). Estos rasgos se harán especialmente patentes en "Pavesas que deja el tiempo", la primera división del libro: a lo largo de 22 composiciones de certera brevedad, el autor aporta luz nueva a consabidos paisajes, un oído diferente al canto de los grillos y otro dolor a la oscuridad, a trevés de una voz ingenua pero cruda, prácticamente desnuda de artificios (rasgo que en ocasiones lleva a los poemas a pecar de simplicidad)
   El segundo tramo, "Biografía de ausente", lo conforman poemas de mayor extensión y menor transparencia. Marcados por el desarraigo y la nostalgia, no afrontados como lamento sino como mera expresión de la realidad, continúan con el candor herido de los versos previos, si bien una crítica social trenzada con melancolía asoma, llevándonos a menudo a la temática desgarradora de La patria del hombre. Asimismo, la figura del niño, que ya contaba con cierta presencia en la obra, gana protagonismo como representación de la inocencia perdida ("Pedí a mi niño que no matara / la curuvita que canta en el jardín. / Pero mi niño la mató. // Ahora mi niño es un viejo, / muy viejo igual que yo") y el carácter reflexivo se impone, dotando a los versos de un tono más maduro. Destacan "Vocabulario personal" y "El guía".

   Tres versos del ovetense Ángel González abren la concisa parte final, "El Viejo Fuego". El amor, que ya había hecho pequeñas incursiones a lo largo del poemario (véase "Mi identidad", por ejemplo), ocupa los versos ("cierra tus ojos y siente / cómo contigo me adentro / en el río que sin centro / fluye, y también sin presente"), devolviéndonos parte de la inocencia que advertíamos en los primeros versos, unida a la reflexión que caracteriza la parte central del libro.

   No resulta en absoluto extraño descubrir en el epílogo que los poemas han sido escritos a lo largo de 5 años: en Permiso de residencia, el autor nos acerca a un trayecto de madurez y evolución poética, marcado por la autobiografía. Encontramos en estas páginas a un joven que no se ha despedido por completo del asombro de la infancia, capaz de presentar con tono optimista la crudeza de la realidad, lo cual es un respiro que muchos agradecemos.